Excéntrico, raro, y crítico son los tres adjetivos que mejor describen a este magnífico director y actor, los que se refieren por supuesto al gran Woody Allen. El escritor Gil Pender (Owen Wilson) viaja con su prometida y su familia a París, donde paseando por el barrio Latino piensa en los años 20 y un coche de caballos de la misma época le recoge, a las doce de la noche, con la intención de llevarle a una fiesta. La ciudad toma forma de los felices años veinte y será allí cuando se enamore de Adriana de Burdeos (Marion Cotillard), siendo esta la amante de Picasso.
En la romántica película Allen retrata su mítico trío amoroso y con esa facilidad que tiene de hacer buen cine con pocos elementos, y donde se demuestra de forma clara, tajante y limpia que los efectos especiales son accesorios cuando se posee de su naturalidad. El guión se impone fácilmente a la belleza de París y de los años 20, pues es un texto con muchos matices, humor inteligente y recovecos que nos traen a la memoria, otra visión de la vida aunque sea mezclando dos épocas.
La fotografía nos muestra un exótico cambio de época, en el que la ciudad del amor, en los felices años 20 levanta la cabeza tras la Primera Guerra Mundial y vive el día a día. El cambio de contexto hace que la sensación sea extensible al público que ve con los ojos de Allen cómo el protagonista se siente atraído por la perfecta combinación de Adriana y París.
Los actores no son los típicos que utilizaría este emblemático director como Diane Keaton, la que fue su musa durante muchos años. Otra vez fotografía, guión y actores se difuminan en el marco de esta preciosa ciudad para hacer una oda a París, como la que hizo en 1979 a Manhattan y la que es considerada un clásico en la historia del cine; muy a pesar de Allen, al que no le gustó el resultado final.
Perspicaz, con una doble lectura y no apta para espectadores que solo se quedan con lo superficial de este brillante cine.
No hay comentarios:
Publicar un comentario